La España imposible de Isaac Peral, por JUAN TORREJÓN CHAVES (Diario de cádiz)

Desde sus orígenes como ciencia, la Economía ha prestado una atención principal a la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones (Adam Smith: An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations). Se trata de responder a uno de los mayores problemas planteados hasta el presente: ¿Por qué unos países son ricos y otros pobres? ¿Cuáles son los motivos que explican estas diferencias?

En nuestros días, cuando se analiza el triunfo o el fracaso de las naciones, se constata la importancia decisiva del cambio institucional y del cambio tecnológico.

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El cambio institucional puede dirigirse hacia la integración o hacia la exclusión. Cuando marcha en el primer sentido, surgen instituciones inclusivas que fomentan y posibilitan la participación real de la población en la vida política, económica y social. De tal modo, se aprovechan todas las inteligencias y habilidades. La consecuencia, que está fuera de toda duda, es una prosperidad general y sostenida. Pero, cuando se camina en el sentido opuesto, aparecen instituciones excluyentes que marginan a la mayor parte de la sociedad en beneficio de grupos minoritarios y privilegiados. El resultado es la decadencia.

Para el desarrollo de instituciones inclusivas es imprescindible la existencia de un sistema político plural, caracterizado por un amplio electorado que goce de la más determinante libertad de escoger a sus representantes, así como por una competencia verdadera entre quienes pretendan ocupar cargos públicos. La información debe hallarse al alcance de todos y la transparencia ha de ser absoluta. Sólo de tal manera, mediante una verdadera voluntad integradora, se alcanza la que se conoce como «espiral beneficiosa de la inclusión».

Un ámbito institucional inclusivo es esencial para el funcionamiento de la economía, pues garantiza las reglas generales y objetivas que sirvan de incentivos a las personas. Únicamente así, el esfuerzo y el trabajo honrado obtendrán su justa recompensa.

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El cambio tecnológico es un componente esencial del desarrollo económico y su aceptación, o rechazo, se halla en relación directa con el sistema institucional. La rigidez, lo impide; la competencia, lo favorece. Una sociedad abierta resulta el mayor incentivo para las nuevas tecnologías.

La España de Peral se caracterizó por sus instituciones excluyentes y por las resistencias al cambio tecnológico. El intento de modernización, auspiciado por los librecambistas a partir del triunfo de la Revolución Gloriosa, terminó fracasando. El año de 1891, cuando le fue concedida al ilustre cartagenero la licencia de la Armada con carácter de absoluta, es altamente distintivo por el triunfo del proteccionismo económico. El mercado nacional quedó cautivo en beneficio de sectores ineficientes. Lo que tuvo que pagarse fue desorbitado: costes adicionales, altos precios, productos de mala calidad, retraso tecnológico, divergencia con los países desarrollados, etc. El resultado: riqueza inmerecida para los grupos oligárquicos y un sufrimiento indecible para los más, que fueron víctimas del paro y la pobreza. Frente a los panegiristas de la Restauración que tuvo como gran artífice a Cánovas del Castillo, conviene traer a colación los versos de Machado: «Fue un tiempo de mentira, de infamia. A España toda, la malherida España, de carnaval vestida nos la pusieron, pobre y escuálida y beoda, para que no acertara la mano con la herida».

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Además, el genio de Peral tuvo que enfrentarse a las resistencias que siempre se oponen a todo cambio tecnológico, y que ocurren, generalmente, por mecanismos ajenos al mercado. Al respecto, las instituciones desempeñan un papel de gran importancia. No ha de olvidarse que, en la cultura de las organizaciones, el cambio puede percibirse como una amenaza o una oportunidad.

Simultáneamente, debe considerarse que el barco submarino que llevó su nombre nació -como toda innovación- con un alto grado de incertidumbre. Su triunfo era un enigma y hoy sabemos, gracias a la Historia de la Tecnología, que la mayor parte de las innovaciones han terminado en fracasos. De ahí que no fuesen irracionales las dudas que se presentaron a su invento en el seno de la Marina. En realidad, siempre existen serios motivos para dudar del éxito de una nueva tecnología, tanto por razones intrínsecas como extrínsecas. Intrínsecamente, al presentarse todo invento en una fase primitiva cuyo impacto futuro está poco previsto, así como por depender en gran medida de tecnologías complementarias. Extrínsecamente, por tener que demostrar su viabilidad; por entrar en conflicto con un sistema tecnológico preexistente que se conoce y controla; por precisar un largo tiempo para ser dominado; por los cambios organizativos y sociales que conlleva; y por depender no sólo de su utilidad tecnológica, sino -sobre todo- de su utilidad económica.

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En consecuencia, cuando se analiza el proyecto de Peral para desarrollar la navegación submarina aplicada a la guerra, ha de tenerse en cuenta que surgió como un asunto extraordinariamente complejo, de alcances potenciales tan decisivos como inciertos. De ahí que, al intentar construir su historia, los hechos tienen que ser comprendidos y explicados rigurosamente, huyéndose de anécdotas, superficialidades y elucubraciones fantasiosas. En suma, se trata de la prevalencia del saber sobre el sentimiento.

Preguntándonos por las razones del fracaso del submarino Peral, las respuestas nos obligan a integrarlo en la España de su tiempo, interrogándonos sobre la posibilidad del triunfo de la innovación tecnológica en un mundo cerrado, anticompetitivo, donde las viejas costumbres se resistían a desaparecer y predominaba una mentalidad caduca. Peral y aquella España resultaban incompatibles. Ésta no representaba el mejor lugar para la ciencia, la honestidad, el trabajo, la paciencia, el mérito y la felicidad como producto derivado del esfuerzo. En cambio, sí era sitio para los oportunistas y la «venalización» del gobierno y la administración; para que los hombres con dinero comprasen a los hombres con poder. El mismo Peral reconocía en su Manifiesto (Buenos Aires, 1891) que no podía hacer más de lo que había hecho, poniendo al servicio de su patria todas sus energías y facultades, sacrificando en el empeño la propia salud, su tranquilidad y la de su familia.

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La muerte del inventor, en Berlín, en mayo de 1895, es harto elocuente y simbólica. Ha de marcharse fuera para hallar un remedio a su enfermedad. Del exilio interior, al extranjero en busca de una solución vital. Otro más en la nómina de la España peregrina. Asimismo, es el año de la insurrección final en las Antillas con el «grito de Baire». Tampoco resultaba ya posible una Cuba española. Los Estados Unidos de Norteamérica representaban su gran mercado, que había llegado a captar más del 90 por 100 de sus azúcares y mieles de caña, así como la mitad de su tabaco en rama y el 45 por 100 del elaborado. A España le quedaba sólo pactar con la realidad; pero la irracionalidad inherente a las instituciones excluyentes no lo hizo posible. Atrasada y corrompida, tuvo que enfrentarse a la mayor potencia mundial emergente. El papel que desempeñó a los ojos del mundo entero fue tristísimo, como había pronosticado el propio Peral. En 1898, las consecuencias fueron tan dramáticas como previsibles.

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