El pasado 4 de noviembre tuvo lugar en la sede del Ilustre Colegio de Abogados de Málaga la magnífica conferencia «Morir en la Mar», impartida por el Comandante de Infantería (R) del Ejército de Tierra Ignacio Mollá Ayuso, sobre la tragedia sufrida por la dotación del dragaminas Guadalete (DM-5) de la Armada Española, cuando naufragó el 25 de marzo de 1954 durante un fortísimo y violento temporal de levante entre Ceuta y Marbella, pereciendo durante el trágico suceso casi la mitad de su dotación, lo que supuso la mayor tragedia naval de la historia reciente de la Marina de Guerra de nuestro país y a la que Foro Naval fue invitada a asistir, destacando que a la misma también fueron invitadas las familias de dos miembros de la dotación del Guadalete que son originarias de Fuengirola y de Marbella, la del cabo electricista Antonio Padilla Santos, que perdió la vida en el naufragio, y del marinero de segunda Francisco Morilla Aranda, que llegó a sobrevivir al hundimiento y del que ya escribimos un artículo hace siete años en este blog de Foro Naval.

Tras la presentación realizada por el Comandante Naval de Málaga, el Capitán de Navío Ignacio García de Paredes Rodríguez de Austria, para hablarnos sobre la carrera profesional de nuestro conferenciante y para ponernos en antecedentes sobre el tema de la exposición, le pasó el relevo a Ignacio Mollá Ayuso, que arrancó la misma explicando que este mismo relato lo acababa de exponer unos días antes a los Caballeros Guardiamarinas de la Escuela Naval Militar de la Armada Española en Marín, explicando seguidamente a los presentes que viene de una familia de marinos, habiendo sido su propio padre, José Mollá Maestre, comandante del dragaminas Guadalete (DM-5) hasta veinte días antes de la tragedia, así como su hermano, el Capitán de Navío Luis Mollá, amigo de nuestra asociación Foro Naval y gran experto en la historia naval y náutica de nuestro país.
En la primera parte de la conferencia, Ignacio nos hace entender que al pertenecer a una familia de marinos y habiendo sido su padre comandante del Guadalete hasta veinte días antes de la tragedia, las referencias al dragaminas fueron constantes en su casa, sobre todo si entendemos que para su anterior comandante supuso el tener que lamentar la pérdida de la mitad de los hombres que con anterioridad estaban bajo su mando y a los cuales conocía. Es por ello que al llegar el 50º aniversario del naufragio, su hermano, el C.N. Luís Mollá, pensó en la organización de un homenaje en recuerdo del Guadalete, si bien al estar en ese momento destinado en Nápoles con la OTAN pudo hacer muy poco desde Italia. Al final ya de vuelta en España, pudo organizar el ansiado homenaje en el 60º aniversario, celebrándose tanto en Ceuta, que era la base del Guadalete, como en San Fernando, localidad de donde la mayoría de la dotación era natural. Un tiempo después Ignacio escuchó a su hermano Luis en una conferencia sobre el naufragio del Guadalete que le marcó profundamente hasta el punto que le tomó el relevo a la hora de dar a conocer este suceso.


En la segunda parte de la conferencia, Ignacio orienta su exposición hacia la dotación del Guadalete, destacando la gran profesionalidad y la enorme valentía de estos marinos a la hora de luchar contra el brutal temporal de levante que les sorprendió al salir de Ceuta para tratar de salvar el dragaminas, luchando contra la enfurecida mar durante veinte durísimas y agotadoras horas.
Suceden multitud de anécdotas, como que la dotación rompió en pedazos la imagen de la Virgen del Carmen que todos los buques de la Armada llevan en el puente en un momento de desesperación, quizás para llevar una reliquía que les ayude ante el duro trance que está por venir. La esposa de uno de los supervivientes, natural de Algeciras, al lavar la camisa de su marido convaleciente, encontró en el bolsillo del pecho un brazo del niño Jesús que portaba la imagen. A día de hoy se han podido recuperar y unir la mayoría de las piezas, estando la imagen casi completa.


Otra anécdota que llamó poderosamente la atención de los asistentes fue cuando Ignacio sacó un mechero tipo Imco Triplex, una tabaquera y un reloj que habían pertenecido al suboficial radiotelegrafista Samper para que presidiera la conferencia. Estas pertenencias las portaba encima el suboficial Manuel Samper cuando recibió la orden de abandonar el buque, con la mala suerte que al lanzarse al agua se golpeó la cabeza con algún objeto flotante oculto entre las olas que le quitó la vida. Años más tardes y durante otra conferencia anterior sobre el Guadalete, la familia de Samper contactó con Ignacio y le hizo depositario de estas pertenencias para que estuvieran presentes cada vez que expusiera la historia del dragaminas Guadalete y de su heroica dotación. El reloj aún marca las 6:36, que fue cuando dejó de funcionar por culpa del agua salada, que sería aproximadamente a los diez minutos de que el Guadalete se hundiera.
En la tercera parte de la conferencia, Ignacio nos habla de las características del dragaminas Guadalete. Se trataba de un buque de la clase Bidasoa, basado en los dragaminas de la clase Minensuchboot 1940 diseñados por los alemanes en la Segunda Guerra Mundial para limpiar de minas el Mar Báltico, dando un magnífico resultado operando con la Kriegsmarine. Este hecho es importante tenerlo en cuenta, ya que los mares que rodean España son mucho más agitados y violentos que el mar que baña la costa de Alemania. Como al terminar nuestra Guerra Civil, España estaba sometida a un aislamiento internacional, el régimen de Franco sólo pudo recurrir a la autarquía y a la Alemania de Hitler para dotar a la Armada de buques que pudieran limpiar de artefactos explosivos y minas las aguas territoriales tras la guerra. También hay que indicar que los dragaminas alemanes funcionaban con el excelente carbón de la cuenca minera del Ruhr, mientras que en España el carbón nacional era de inferior calidad, lo que será un elemento clave en la pérdida del dragaminas.


Ocurre que la construcción bajo licencia, realizada por la E.N. Bazán, de estos dragaminas estuvo plagada de problemas en los astilleros nacionales, saliendo con sobrepeso (que les hacía “hocicar” mucho en la mar) y con graves defectos de construcción, como por ejemplo que apenas lograban la velocidad proyectada, dejando poco margen de maniobra en caso de emergencia por falta de potencia (debido precisamente a la falta de calidad del carbón), así como la falta de estanqueidad de sus cuadernas o la colocación de los imbornales, que estaban tan mal diseñados que no conseguían desaguar toda el agua que se embarcaba con mala mar a través de su francobordo, que es muy bajo.
Finalmente con la derrota de la Alemania nazi en la fase final de la Segunda Guerra Mundial, muchos elementos necesarios para que los dragaminas pudieran operar en su misión de lucha contra minas no llegan a nuestro país, por lo que los clase Bidasoa (a la que pertenece el Guadalete) no terminan de completar su equipamiento. Es por ello que la Armada acaba destinando estos barcos a labores de patrullaje, en especial en el área del protectorado español del norte de África, siendo precisamente durante una misión de patrullaje cuando el Guadalete emprende su última travesía.
Sobre los elementos de salvamento con los que estaba equipado el dragaminas Guadalete hay que indicar que son escasos, contando con un bote de ocho metros propulsado con motor de gasolina, un chinchorro de cinco metros a remos, dos botes hinchables de goma adosados en los costados y setenta y dos chalecos salvavidas, insuficientes para surtir a toda la dotación, siendo además de un diseño anticuado, fabricados en corcho y con unas cintas de sujeción insuficientes que hacen que al levantar los brazos los chalecos no sujeten a sus usuarios y se escapen del cuerpo.
Sobre los chalecos salvavidas ocurren varias anécdotas muy llamativas, como que el comandante González Aldama le llame la atención al timonel cuando advierte que no lo lleva puesto. El timonel le explica a su comandante que no hay chalecos salvavidas para todos. El comandante toma conciencia del problema y le entrega el suyo propio al timonel. Sus oficiales y suboficiales le imitan el gesto para con sus subordinados, lo que debió suponer un momento muy emocionante. Merece la pena destacar que el tercer oficial, Pedro Miranda, le pide a su comandante que él le quiere entregar su chaleco salvavidas al jefe de máquinas, Serafín Echevarría, no sólo por ser el miembro de la dotación de mayor edad, sino por que Serafín apenas sabía nadar y era evidente que era uno de los que más lo iban a necesitar para tener una oportunidad para sobrevivir cuando llegara el momento de abandonar el buque. Cuando le entregó su chaleco se dieron un fortísimo abrazo. Desgraciadamente Serafín no lo logró y acabó falleciendo en la mar, apareciendo su cuerpo en una playa africana arrojado por el temporal.


En la cuarta parte de la conferencia, Ignacio nos habla de la derrota seguida por el Guadalete cuando partió del puerto de Ceuta el 24 de marzo a las diez de la noche, haciendo una recreación de la ruta seguida durante cada hora de la navegación, explicando que en esa época no había medios de predicción meteorológica fiables como los de hoy en día, dependiendo poco menos que del barómetro y la intuición para saber la climatología que iba a hacer en la mar.
Tras dejar atrás Punta Almina, el comandante del Guadalete pone rumbo sur para costear el norte de África en una labor de patrullaje entre Ceuta y Melilla. A las dos horas el temporal empieza a golpear en el costado de babor del barco, por lo que se pone rumbo al Peñón de Alhucemas para buscar refugio, en vista de que la mar va empeorando, hasta el punto que el agua va entrando por las lumbreras (que deben abrirse cada media hora para echar fuera la escoria y cenizas de las calderas) mojando el carbón, que va convirtiéndose en una pasta que apenas logra arder, perdiendo con ello potencia en el motor.

A las tres de la madrugada el dragaminas toma el temporal de proa para proteger más los costados para tratar de permitir que se puedan usar las lumbreras, pero el Guadalete empieza a hocicar hincando la proa en la mar, creando la lógica preocupación del comandante, que empieza la maniobra de ciaboga para volver a Ceuta, pero la falta de estanqueidad hace que el servomotor del timón comience a dar problemas, costando mucho poner rumbo a Ceuta. Por radio se trata de contactar con la base para pedir ayuda, logrando comunicarse con el dragaminas Guadalhorce (DM-14), que trató de salir desde Ceuta para acudir en su ayuda, pero el temporal lo impidió, haciendo que volviera a puerto, ya que las olas alcanzaban los nueve metros, llegando a hablarse incluso de algunas de quince metros.
El comandante del Guadalete decide entonces tratar de correr el temporal y encaminarse al Estrecho para tratar de encontrar algún barco que pueda prestarle auxilio. En ese momento la caldera de popa debe estanqueizarse al quedar inundada debido a la bravura de la mar que ya castiga en demasía al barco, lo que muestra la difícil situación que ya se vivía a bordo. En ese momento se encuentran con una corbeta, presuntamente de la Royal Navy, que va con rumbo a Gibraltar. Desde el Guadalete le envían señales luminosas mediante Scott e izan la señal de dos bolas negras indicando que no tenían gobierno y tratando de dar a entender que necesitan remolque. La supuesta corbeta británica ignoró las señales y desapareció de la zona, lo que hizo que la situación se volviera más desesperada y angustiosa.


El jefe de máquinas pide permiso entonces al comandante para que se pare la única caldera operativa que queda para que se limpie lo mejor posible y meterle todo lo que pueda servir de combustible a bordo (como los muebles de madera) para arrancar la caldera y conseguir la mayor potencia posible para la propulsión añadiendo Diésel para aumentar las revoluciones del motor, quedando el barco al garete mientras se realizaba esta operación. Según va ocurriendo todo esto, la fuerza del temporal arranca los dos botes auxiliares del dragaminas, destrincándolos de sus cunas e incluso destrozando el bote de gasolina de ocho metros contra la cubierta hasta hacerlo añicos. La situación debió de ser tan desesperada que incluso se llegó a arrojar aceite por la borda para tratar de amortiguar los golpes de las olas en los costados, pero la desmedida violencia del temporal era tan brutal que ni siquiera ese último recurso tradicional llegó a servir.
De nuevo se cruzan con otro barco, un mercante, al que le piden ayuda. Desde el mercante le preguntan al dragaminas si “tienen permiso del armador para que le den remolque”. El comandante del Guadalete poco menos que alucina con la pregunta y responde que claro que sí, que es un barco de la Armada y que tiene todos los permisos para que le den remolque y les salven. No obstante parece que en el mercante se lo piensan y dejan abandonado a su suerte al pobre dragaminas alejándose también el área.


Cuando el buque queda ya sin gobierno, el comandante ordena a la dotación que se vaya preparando para abandonar el barco dando instrucciones específicas para que nadie se lance al agua hasta que así se indique, con la intención de ahorrar tiempo en el agua y retrasar la hipotermia todo lo posible. Se les dijo también que se quitaran el calzado y parte de la ropa para que pudieran nadar lo mejor posible cuando salten a la mar, si bien algunos marinos no lo hicieron, lo que tuvo trágicas consecuencias. Antes de abandonar el barco, el comandante se da cuenta de que Manuel Samper sigue en su puesto de la radio pidiendo ayuda y le ordena que lo deje, que ya ha cumplido sobradamente con su deber. Desgraciadamente, como ya hemos visto, Manuel se golpea la cabeza con algún objeto oculto por las olas al saltar al agua, perdiendo la vida.
Otro marino, Juan Echevarría, que era el repostero del comandante, recordó que había un pequeño bote de corcho de un metro y medio en el pañol de proa, quizás recogido como refuerzo por algún comandante anterior desde la consciencia de la precariedad de medios de salvamento a bordo. Juan lo lanza al agua y sirve para que muchos de sus compañeros se aferren para conseguir mayor flotabilidad. Juan Echevarría sería uno de los últimos en abandonar el barco, viendo cómo se va hundiendo de popa hasta desaparecer la proa bajo la mar, sucediendo a 19 millas del puerto de Ceuta y a 30 al sur de Marbella.
Hay un detalle interesante en este momento protagonizado por Juan Echevarría, cuando antes de abandonar el barco recuerda haber visto en la repostería dos tabletas de chocolate y una botella de brandy Fundador, de manera que retrocede sobre sus pasos para recoger ambas cosas, a sabiendas de que podrían resultar vitales para soportar mejor el frío en el agua, como así fue, aportando un extra de energía a sus compañeros más necesitados frente a la hipotermia.


El temporal separa a los supervivientes en dos grupos, por lo que no pueden prestarse apoyo mutuo. En ese momento aparece el mercante italiano Podesta, cuyo capitán demuestra una gran pericia náutica y una mayor humanidad, realizando una serie de arriesgadas maniobras para tratar de salvar a los náufragos, lanzando escalas de gato para que se agarren los marinos españoles, que con el temporal golpean los costados del mercante cayendo de nuevo a la mar. Los italianos empiezan a tirar de las escalas de gato para pescar literalmente a los hombres, que se aferran a las escalas y sacarlos del agua. El propio comandante del Guadalete cae al agua tres veces, ya agotado físicamente, desmayándose cuando lo izan a bordo. Nada más recuperar el conocimiento con una inyección de alcanfor, pide que rescaten al segundo grupo de náufragos que queda en la mar, haciéndolo el capitán del Podesta con gran pericia marinera, llegando incluso a arriesgar su propio barco ante el terrible temporal para tratar de salvar a los marinos españoles que quedan en la mar, que ya llevan dos horas y medias metidos en el agua.
El contramaestre García Romeral, una vez subido a bordo del Podesta, falleció de puro cansancio, agotado por el esfuerzo, lo que nos da una idea de la extrema dureza que se vivió durante las veinte horas de lucha y supervivencia que experimentó toda la dotación del Guadalete frente a un Mediterráneo embravecido que mostró su cara más cruel e inmisericorde con los hombres.


Una vez finalizada la operación de rescate, el mercante italiano Podesta puso rumbo a Gibraltar para desembarcar a los supervivientes. Desde el Puerto de Algeciras salió un remolcador de altura para regresar a la dotación del Guadalete. Al padre de Ignacio, destinado en ese momento en la Estación Naval de Tarifa, le llega la orden de acudir a recibir a los supervivientes a Gibraltar por haber sido comandante del Guadalete anteriormente y conocer a la dotación. Cuando sube a bordo del Podesta se encuentra con el cadáver de su antiguo contramaestre, García Romeral, fallecido por el agotamiento extremo, al comandante González Aldama totalmente abatido por las circunstancias y a los supervivientes de su antigua dotación sumidos en unas condiciones terribles, lo que le acabó marcando muy profundamente.
De los setenta y ocho miembros de la dotación, 34 fallecieron por hipotermia o ahogados, recuperándose de la mar solamente trece cuerpos. Sobrevivieron solamente 44 hombres. Todos los miembros de la dotación del Guadalete recibieron la Cruz al Mérito Naval con distintivo rojo.
El naufragio salió en la prensa nacional, informando que el destructor Ciscar (CR) había recuperado varios cuerpos en la mar y que en las costas norteafricanas habían aparecido restos del naufragio junto a varios cadáveres. Pero desgraciadamente la noticia no ocupó los titulares, siendo en cierto modo ocultada, ya que en esos momentos estaban regresando a España los supervivientes de la División Azul a bordo del buque hospital Semíramis de la Cruz Roja, tras ser liberados de su cautiverio en la Unión Soviética tras el fallecimiento de Stalin, eclipsando esta repatriación cualquier reconocimiento u homenaje a los náufragos del Guadalete.


Varias décadas después, gracias a la labor del Capitán de Navío Luis Mollá, se ha podido rendir el debido homenaje a la dotación del Dragaminas Guadalete, levantandose sendos monumentos conmemorativos en Ceuta y en San Fernando, por ser la ciudad de donde partió el dragaminas y la localidad de donde era la mayoría de su dotación. Hasta ese momento nuestro amigo Luis acuñó la siguiente frase por dolerse que se fuera retrasando el merecido homenaje a los del Guadalete:
“La mar es el sudario más noble para un marino valiente, el olvido su más triste epitafio”
La conferencia finaliza con la mención de todos los miembros que formaron parte de la dotación del dragaminas Guadalete (DM-5) junto con los acordes de “La Muerte no es el Final” que suena con todos los asistentes de pie y absoluto silencio en señal de máximo respeto
Desde la Asociación Foro Naval sólo nos queda decir que la conferencia fue brillante y absolutamente emocionante, siendo muy completa en datos y curiosidades, destacando también la presencia de los familiares de los dos miembros de la dotación antes señalados, Antonio Padilla Santos y Francisco Morilla Aranda. Felicitamos al comandante Ignacio Mollá Ayuso por el gran trabajo que realiza para poner en valor y recuperar para nuestra historia naval lo acontecido al dragaminas Guadalete (DM-5) y a su valiente y heroica dotación.
Salve, Estrella de Los Mares
Juan C. Ortiz (FORO NAVAL)

ForoNaval© 08/11/2021
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